Ana Narciandi y Carlos Loredo han decidido colgar los mandiles y el bolígrafo, respectivamente, de este negocio familiar fundado en 1954.
La nueva propiedad promete mantener el mismo espíritu que ofrecía una cocina casera sobresaliente y un trato familiar. De hecho, en los fogones y en el comedor sigue prácticamente el mismo personal.
Las señas de identidad forjaron el notable éxito de Narciandi para lograr una clientela fiel, a la que no le importa desplazarse a un típico bar de pueblo, desde hace tiempo sin barra, que se encuentra casi en medio de la nada, en la subida al Alto de la Madera, a ocho sinuosos kilómetros de Gijón, en la antigua vía de comunicación con Pola de Siero.
Los callos son su plato estrella con fama bien merecida. Cumplen la técnica de las tres “Pes” (Pequeños, Pegajosos y Picantes) aunque yo, aquí y en otros casos, quitaría la primera P. Los prefiero un poco más grandes.
El resto de propuestas de cuchara y tenedor respetan los cánones más destacados de la gastronomía regional: arroz con pitu de caleya, fabada, pote asturiano, patatines con pulpo, calamares en su tinta…
Otras opciones excelentes son picadillo con patatas fritas, croquetas caseras, chipirones a la plancha, fritos de bacalao y, especialmente, el pulpo a la plancha y los calamares fritos.
Los postres son todos caseros: arroz con leche, flan de queso, brazo de gitano, tarta de chocolate, tarta de almendra, tarta de zanahoria…
Suelen tener referencias interesantes en vinos tintos.
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