El Mesón de Sancho es el último clásico de la antigua «Ruta de los vinos» de Gijón, hoy recuperada con nuevos bares de estética moderna, que aún mantiene abiertas sus puertas.
En la capital de la Costa Verde aún recuerdan con añoranza los más viejos del lugar establecimientos añejos como El Retiro, Corona, Pío, Riera, Marlo, Quijote, Taberna Gallega o el inolvidable Tívoli Pub.
El Mesón de Sancho sigue de moda tras décadas a pleno rendimiento con mínimas reformas en las instalaciones y sin ampliación alguna desde su inauguración. Una mano de pintura, más luz, mejor ventilación y la adecuación de una diminuta cocina con parrilla son las únicas transformaciones de este local en pleno centro de la ciudad y ahora en zona peatonal.
El primer dueño del Mesón de Sancho llegó de Argentina y, como no podía ser de otra forma, apostó por la extraordinaria maestría sudamericana con las brasas. El actual propietario José Antonio Aladro cogió el testigo generando auténticos milagros que van desde la parrilla y la plancha a las mesas distribuidas de forma imposible para «acomodar» a los clientes en dos minúsculas plantas.
Y es un decir lo de «acomodar». Si alguien busca lujos en el continente, la mano de un diseñador, espacio suficiente o un ambiente tranquilo, mejor que apueste por otra alternativa. Si el visitante antepone el contenido, la materia prima y el trato cercano, Mesón de Sancho merece una visita que, en la mayoría de los casos, se repetirá.
Un magnífico chuletón, las chuletinas de cordero, su original cachopo sin rebozar, el chorizo criollo con unas patatas fritas, la morcilla de matachana, una ensalada o un tomate aliñado pueden ser una elección perfecta para compartir. Si os gusta la casquería, lo de las crujientes mollejas y la potencia de los riñones a la brasa -con un toque de ajo y perejil- es de otra galaxia. Sublime.
El Mesón de Sancho también destaca, y de qué manera, con los pescados del Cantábrico. El besugo, el pixín de ración (sapito o rape) y la chopa, todos a la plancha, provocan lágrimas de satisfacción. Pero su estrella, en temporada de verano, es la ventresca o ventrisca de bonito. Para muchos la mejor, o la altura de las mejores, de Asturias.
La casa siempre dispone de postres caseros y de un fabuloso queso manchego, como por ejemplo un García Baquero de 12 meses de curación. La carta de vinos es reducida con interesantes propuestas calidad-precio en los tintos.
En la actualidad el personal se ha rejuvenecido tras coger la batuta José y Jesús, hijos del citado propietario con raíces en Caleao, en el asturiano concejo de Caso. Eso sí, los veteranos echamos de menos, tanto en la barra como en la parrilla, al otro Jose, el mítico camarero ya jubilado, inconfundible por su vozarrón, sus enormes manos y su cariño con la clientela.
La barra siempre está animada y muchos habituales comen o cenan allí mismo. La incomodidad y las estrecheces se olvidan pronto cuando llevas a la boca cualquiera de las propuestas del día.
Absolutamente imprescindible reservar mesa y si queréis mollejas y/o riñones, advertirlo con antelación.
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